viernes, 29 de octubre de 2010

Filosofía viva



A ver cuántos reconoces.
Pista: el señor de bufanda todavía no tengo idea de quién es. Los demás late.

miércoles, 6 de octubre de 2010

La economía del sexo


"Hay tan solo dos tipos de mujeres: las que cobran y las que te lo hacen pagar"



Seamos obvios: el hombre quiere sexo. No, el hombre mejor no. Digamos "los hombres" porque el singular parece estar reservado al sujeto genérico universal que integra el conjunto "Humanidad", con independencia de género, y ya sabemos que no hay nada más machista que la gramática. Digamos mejor, los hombres. Los hombres quieren sexo. Mucho. Les preguntan "¿sexo?" al momento de llenar un formulario y antes de siquiera mirar a su interlocutora responden "Sí, por favor". Los hombres sólo quieren sexo. ¿Y las mujeres no, machista? Sí, las mujeres también, con la misma frecuencia y el mismo placer (o más, yo creo que mucho más, y ahí hay mucha tela para cortar) que los hombres. Pero las mujeres, a diferencia de los hombres, quieren también otra inconmensurable cantidad de cosas, cantidad que pasa con mucha frencuencia de inconmensurable a inextricable y de ahí a "están todas locas" sólo hay un paso de duende. Aquí mas que tela que cortar hay varios telares, por lo que también dejaremos este punto para una entrada ulterior.

Repito: los hombres quieren sexo. Todo el que sea posible, siempre, maximizando cantidad y calidad por igual. A diferencia de las mujeres, este es casi su único anhelo, su único deseo concreto inmediato. Digamos, su único impulso. Mi amigo Ricardo sostiene que detrás de toda acción de un hombre, hay siempre un intento de impresionar a una mujer. Muy veraz. He aquí la motivación de los hombres. Yo agrego: impresionarla y cortejarla. A una o a varias. Si Troya ardió por una sóla mujer, estoy convencido que la torre Eiffel se levantó por no menos de un centenar.
Si todo ello suena crudo, no se preocupe, lo es. Y si piensa que es falso, deténgase a pensar un instante en esta frase hecha, "los hombres son todos iguales", y dígame qué hay detrás. Si usted es mujer, sé que alguna vez aterrizó en ese lugar común y que estará de acuerdo conmigo. Espero al menos que no haya sido un aterrizaje forzoso en busca de consuelo.

Las causas de esta unicidad volitiva han sido largamente estudiadas durante años por gente mucho más versada en distintas ramas de estudio que este humilde autor. Biología, psicología, sociología, elija la que más le guste para señalar un origen. Discretamente, esquivo el bulto, y me limito por tanto a señalar un tercer lugar común, esta vez con un tinte de doña Rosa aleccionando a la nieta que alcanza la pubertad: "los hombres sólo quieren eso". "Eso". Eso. Esta es la magia del lugar común, tan denostado por los doctos señores en literatura. Está tan superpoblado que el peso ontológico de sus afirmaciones vale lo que un tratado teológico tallado en granito.

Dejando de lado las causas, pasemos a sopesar las consecuencias. Veamos un caso ejemplar:

Fulano y Fulana se agradan, sobre todo porque ambos tienen nombres horribles. Arreglan para salir un día, concretamente un sábado, y van primero al cine. El chico compra las entradas de ambos junto a dos sendos baldes de pochoclo (dulce, por Dios, el salado es una aberración de la naturaleza). Disfrutan la película, se ríen o se asustan, quizás hasta se acercan un poco e insinúan un contacto. Horas mas tarde terminan de cenar y al momento de pedir la cuenta, Fualana se ofrece a pagar. Por lo menos la mitad, o al menos su parte. Fulano se niega, pensando qué cara pondrá el mozo cuando sea la chica la que tenga que hacerse cargo del ticket. El paga con gusto, haciendo alarde de su caballerosidad, y su gesto que es recibido con agrado por parte de Fulana (es curioso como la valoración de los actos varía en función de una relación económica: si el hombre es quien paga, se trata de un gesto de caballerosidad; pero si un hombre gana más que una mujer, eso es sexismo) Finalmente, y a sólo propósito de darle a esta historia un final feliz (aunque no del todo verosímil), Fulano y Fulana terminan durmiendo juntos en la cama de algún hotel de la ciudad luego de un orgasmo maravilloso.

Ahora adivinen: ¿quién pagó el pernocte?