martes, 7 de diciembre de 2010

Made in China

Ahí está. Ese vaso de mierda. Siempre está ahí. Siempre. Lo miro, me mira, me acerco, me alejo, doy vueltas alrededor. No entiendo como puede ser que hace trece años que tenga este vaso y no me anime. ¿Cómo puede ser? Claro, no puedo meter la mano, la boca es muy chica. Y para peor, no sé que hay adentro. Pero como voy a saber si hace trece años que tiro cosas adentro y el puto vaso se las traga. Todo. Todo lo que le tiro lo toma, lo chupa, lo hunde en su fondo sin fondo. Ni que fuera gran cosa, ni manija ni ribetes ni nada, sólo vaso, vaso vacío, siempre vacío, no importa qué le ponga o cómo o cuánto que nunca desborda. Este vasito de mierda, apilado en una repisa vaya a saber Dios o el Diablo desde cuando, este vasito hermano gemelo de otros cinco, juego de vidrio barato para recién casados aunque este por lo menos no dice "made in China". No, claro, cómo va a ser "made in China", este vaso viene del Averno, de la vajilla del mismísimo Lucifer, viene para tragarse el mundo y las almas de los mortales que se topan con él, ahí sentado, esperando, junto a sus cinco hermanos igual de ordinarios agazapados en una repisa de cocina.

Ahí va, otro tenedor. Es inútil, encima era el último. ¿Qué me queda? Ya perdí fortunas en billetes y monedas, botones y tapitas, los cordones de las zapatillas, dos trapos y medio litro de jugo de naranja del desayuno de esta mañana adentro de esa abominación. Pensar que Mariela se fue porque no entendía que todo iba a parar adentro de ese mendigo vaso. Pensaba que yo le robaba, que yo mentía, pensaba que yo deliraba, la pobre, y nunca supo que la verdad era mucho más oscura y que vivía y dormía a metros de un artefacto del Inframundo. Nunca supo o no quería saber, tanto da, el vaso sigue acá y acaba de engullir otra media docena de huevos sin pestañar. Me divierte saber que todo eso está ahí y puedo levantarlo con una mano y jugar con él y por extensión con toda la materia que contiene, probablemente infinita. Me desespera no saber adónde va a parar semejante cantidad de locura. Un fósforo encendido, quizás esta vez... no, nada, se apaga en cuanto toca el fondo, o lo que yo creo que es el fondo, o donde se supone debería estar el fondo. Eso o se traga hasta la propia luz, como un agujero negro de bolsillo, como un error de un Universo distraído que funde dos entes improbables y los coloca por azar o por diversión en un juego de vasitos chinos.

Estoy cansado, agotado. Seis horas para desarmar la bicicleta, reducirla hasta la última tuerca y ver como la perdía pieza por pieza de la misma forma que todo lo demás. Ya no me queda casi nada que pueda arrojar; cuadros y muebles y otras cosas sin valor, cosas demasiado grandes para que el Vaso engulla y haga desaparecer. Me he quedado desnudo, rodeado de trastes gigantes en comparación con Él, con el Vaso, la ropa se fue hace rato, plegada meticulosamente para engañar sus dimensiones y acto seguido el pelo y las uñas. Parece más grande ahora que lo miro bien, mas ancho y un poquito más alto, quizás ahora sí pase mi mano, pero no, no hay caso, yo no puedo entrar, mi entrada esta vedada, mi entrada a un plano desentendido de la física y listo para fundirme y perderme en su negrura. Mariela nunca lo entendió pero yo sí, yo ahora entiendo, tanto mejor, que se vaya si no sabe qué hacer cuando Dios nos abre las puertas del reino de los cielos en nuestras narices. No, no puedo desoír ese llamado, es hora de que vaya, de que me funda, de que sea Uno con el Todo y que en un golpe de martillo lo libere a Él y me libere a mí, porque fue a mi a quién eligió para vaciarlo de una vez por todas y eso voy a hacer.

Que objeto tan curioso este vacito, mágico y vulnerable a una herramienta ordinaria, hecho añicos sobre la mesa se fragmenta en decenas de pedazos dejando nada más que vaso vacío y un silencio de neblina, un silencio demasiado grueso que se lleva hasta el ruido del propio vaso al romperse. La realidad en pausa, suspendida como si su creador no pudiese comprender que ocurrió con el mundo y mucho menos arreglarlo. Los contornos se vuelven difusos, la cocina se disuelve en una negrura donde hasta la luz huye o es devorada, y me doy cuenta que ya es demasiado tarde y no tiene sentido correr cuando no hay vaso ni cocina ni piso ni nada, cuando sólo hay Vacío y los pulmones se agotan en un grito ciego que tiene por retorno el rumor de mil fluidos y palabras extrañas que hablan de agonía y tuercas de bicicleta.