martes, 7 de diciembre de 2010

Made in China

Ahí está. Ese vaso de mierda. Siempre está ahí. Siempre. Lo miro, me mira, me acerco, me alejo, doy vueltas alrededor. No entiendo como puede ser que hace trece años que tenga este vaso y no me anime. ¿Cómo puede ser? Claro, no puedo meter la mano, la boca es muy chica. Y para peor, no sé que hay adentro. Pero como voy a saber si hace trece años que tiro cosas adentro y el puto vaso se las traga. Todo. Todo lo que le tiro lo toma, lo chupa, lo hunde en su fondo sin fondo. Ni que fuera gran cosa, ni manija ni ribetes ni nada, sólo vaso, vaso vacío, siempre vacío, no importa qué le ponga o cómo o cuánto que nunca desborda. Este vasito de mierda, apilado en una repisa vaya a saber Dios o el Diablo desde cuando, este vasito hermano gemelo de otros cinco, juego de vidrio barato para recién casados aunque este por lo menos no dice "made in China". No, claro, cómo va a ser "made in China", este vaso viene del Averno, de la vajilla del mismísimo Lucifer, viene para tragarse el mundo y las almas de los mortales que se topan con él, ahí sentado, esperando, junto a sus cinco hermanos igual de ordinarios agazapados en una repisa de cocina.

Ahí va, otro tenedor. Es inútil, encima era el último. ¿Qué me queda? Ya perdí fortunas en billetes y monedas, botones y tapitas, los cordones de las zapatillas, dos trapos y medio litro de jugo de naranja del desayuno de esta mañana adentro de esa abominación. Pensar que Mariela se fue porque no entendía que todo iba a parar adentro de ese mendigo vaso. Pensaba que yo le robaba, que yo mentía, pensaba que yo deliraba, la pobre, y nunca supo que la verdad era mucho más oscura y que vivía y dormía a metros de un artefacto del Inframundo. Nunca supo o no quería saber, tanto da, el vaso sigue acá y acaba de engullir otra media docena de huevos sin pestañar. Me divierte saber que todo eso está ahí y puedo levantarlo con una mano y jugar con él y por extensión con toda la materia que contiene, probablemente infinita. Me desespera no saber adónde va a parar semejante cantidad de locura. Un fósforo encendido, quizás esta vez... no, nada, se apaga en cuanto toca el fondo, o lo que yo creo que es el fondo, o donde se supone debería estar el fondo. Eso o se traga hasta la propia luz, como un agujero negro de bolsillo, como un error de un Universo distraído que funde dos entes improbables y los coloca por azar o por diversión en un juego de vasitos chinos.

Estoy cansado, agotado. Seis horas para desarmar la bicicleta, reducirla hasta la última tuerca y ver como la perdía pieza por pieza de la misma forma que todo lo demás. Ya no me queda casi nada que pueda arrojar; cuadros y muebles y otras cosas sin valor, cosas demasiado grandes para que el Vaso engulla y haga desaparecer. Me he quedado desnudo, rodeado de trastes gigantes en comparación con Él, con el Vaso, la ropa se fue hace rato, plegada meticulosamente para engañar sus dimensiones y acto seguido el pelo y las uñas. Parece más grande ahora que lo miro bien, mas ancho y un poquito más alto, quizás ahora sí pase mi mano, pero no, no hay caso, yo no puedo entrar, mi entrada esta vedada, mi entrada a un plano desentendido de la física y listo para fundirme y perderme en su negrura. Mariela nunca lo entendió pero yo sí, yo ahora entiendo, tanto mejor, que se vaya si no sabe qué hacer cuando Dios nos abre las puertas del reino de los cielos en nuestras narices. No, no puedo desoír ese llamado, es hora de que vaya, de que me funda, de que sea Uno con el Todo y que en un golpe de martillo lo libere a Él y me libere a mí, porque fue a mi a quién eligió para vaciarlo de una vez por todas y eso voy a hacer.

Que objeto tan curioso este vacito, mágico y vulnerable a una herramienta ordinaria, hecho añicos sobre la mesa se fragmenta en decenas de pedazos dejando nada más que vaso vacío y un silencio de neblina, un silencio demasiado grueso que se lleva hasta el ruido del propio vaso al romperse. La realidad en pausa, suspendida como si su creador no pudiese comprender que ocurrió con el mundo y mucho menos arreglarlo. Los contornos se vuelven difusos, la cocina se disuelve en una negrura donde hasta la luz huye o es devorada, y me doy cuenta que ya es demasiado tarde y no tiene sentido correr cuando no hay vaso ni cocina ni piso ni nada, cuando sólo hay Vacío y los pulmones se agotan en un grito ciego que tiene por retorno el rumor de mil fluidos y palabras extrañas que hablan de agonía y tuercas de bicicleta.

lunes, 8 de noviembre de 2010

viernes, 29 de octubre de 2010

Filosofía viva



A ver cuántos reconoces.
Pista: el señor de bufanda todavía no tengo idea de quién es. Los demás late.

miércoles, 6 de octubre de 2010

La economía del sexo


"Hay tan solo dos tipos de mujeres: las que cobran y las que te lo hacen pagar"



Seamos obvios: el hombre quiere sexo. No, el hombre mejor no. Digamos "los hombres" porque el singular parece estar reservado al sujeto genérico universal que integra el conjunto "Humanidad", con independencia de género, y ya sabemos que no hay nada más machista que la gramática. Digamos mejor, los hombres. Los hombres quieren sexo. Mucho. Les preguntan "¿sexo?" al momento de llenar un formulario y antes de siquiera mirar a su interlocutora responden "Sí, por favor". Los hombres sólo quieren sexo. ¿Y las mujeres no, machista? Sí, las mujeres también, con la misma frecuencia y el mismo placer (o más, yo creo que mucho más, y ahí hay mucha tela para cortar) que los hombres. Pero las mujeres, a diferencia de los hombres, quieren también otra inconmensurable cantidad de cosas, cantidad que pasa con mucha frencuencia de inconmensurable a inextricable y de ahí a "están todas locas" sólo hay un paso de duende. Aquí mas que tela que cortar hay varios telares, por lo que también dejaremos este punto para una entrada ulterior.

Repito: los hombres quieren sexo. Todo el que sea posible, siempre, maximizando cantidad y calidad por igual. A diferencia de las mujeres, este es casi su único anhelo, su único deseo concreto inmediato. Digamos, su único impulso. Mi amigo Ricardo sostiene que detrás de toda acción de un hombre, hay siempre un intento de impresionar a una mujer. Muy veraz. He aquí la motivación de los hombres. Yo agrego: impresionarla y cortejarla. A una o a varias. Si Troya ardió por una sóla mujer, estoy convencido que la torre Eiffel se levantó por no menos de un centenar.
Si todo ello suena crudo, no se preocupe, lo es. Y si piensa que es falso, deténgase a pensar un instante en esta frase hecha, "los hombres son todos iguales", y dígame qué hay detrás. Si usted es mujer, sé que alguna vez aterrizó en ese lugar común y que estará de acuerdo conmigo. Espero al menos que no haya sido un aterrizaje forzoso en busca de consuelo.

Las causas de esta unicidad volitiva han sido largamente estudiadas durante años por gente mucho más versada en distintas ramas de estudio que este humilde autor. Biología, psicología, sociología, elija la que más le guste para señalar un origen. Discretamente, esquivo el bulto, y me limito por tanto a señalar un tercer lugar común, esta vez con un tinte de doña Rosa aleccionando a la nieta que alcanza la pubertad: "los hombres sólo quieren eso". "Eso". Eso. Esta es la magia del lugar común, tan denostado por los doctos señores en literatura. Está tan superpoblado que el peso ontológico de sus afirmaciones vale lo que un tratado teológico tallado en granito.

Dejando de lado las causas, pasemos a sopesar las consecuencias. Veamos un caso ejemplar:

Fulano y Fulana se agradan, sobre todo porque ambos tienen nombres horribles. Arreglan para salir un día, concretamente un sábado, y van primero al cine. El chico compra las entradas de ambos junto a dos sendos baldes de pochoclo (dulce, por Dios, el salado es una aberración de la naturaleza). Disfrutan la película, se ríen o se asustan, quizás hasta se acercan un poco e insinúan un contacto. Horas mas tarde terminan de cenar y al momento de pedir la cuenta, Fualana se ofrece a pagar. Por lo menos la mitad, o al menos su parte. Fulano se niega, pensando qué cara pondrá el mozo cuando sea la chica la que tenga que hacerse cargo del ticket. El paga con gusto, haciendo alarde de su caballerosidad, y su gesto que es recibido con agrado por parte de Fulana (es curioso como la valoración de los actos varía en función de una relación económica: si el hombre es quien paga, se trata de un gesto de caballerosidad; pero si un hombre gana más que una mujer, eso es sexismo) Finalmente, y a sólo propósito de darle a esta historia un final feliz (aunque no del todo verosímil), Fulano y Fulana terminan durmiendo juntos en la cama de algún hotel de la ciudad luego de un orgasmo maravilloso.

Ahora adivinen: ¿quién pagó el pernocte?

lunes, 27 de septiembre de 2010

Tesis n°1

"Dance like nobody's watching;
love like you've never been hurt.
Sing like nobody's listening;
live like it's heaven on earth."

- Mark Twain

jueves, 2 de septiembre de 2010

No se culpe a nadie

El frío complica siempre las cosas, en verano se está tan cerca del mundo, tan piel contra piel, pero ahora a las seis y media su mujer lo espera en una tienda para elegir un regalo de casamiento, ya es tarde y se da cuenta de que hace fresco, hay que ponerse el pulóver azul, cualquier cosa que vaya bien con el traje gris, el otoño es un ponerse y sacarse pulóveres, irse encerrando, alejando. Sin ganas silba un tango mientras se aparta de la ventana abierta, busca el pulóver en el armario y empieza a ponérselo delante del espejo. No es fácil, a lo mejor por culpa de la camisa que se adhiere a la lana del pulóver, pero le cuesta hacer pasar el brazo, poco a poco va avanzando la mano hasta que al fin asoma un dedo fuera del puño de lana azul, pero a la luz del atardecer el dedo tiene un aire como de arrugado y metido para adentro, con una uña negra terminada en punta. De un tirón se arranca la manga del pulóver y se mira la mano como si no fuese suya, pero ahora que está fuera del pulóver se ve que es su mano de siempre y él la deja caer al extremo del brazo flojo y se le ocurre que lo mejor será meter el otro brazo en la otra manga a ver si así resulta más sencillo. Parecería que no lo es porque apenas la lana del pulóver se ha pegado otra vez a la tela de la camisa, la falta de costumbre de empezar por la otra manga dificulta todavía más la operación, y aunque se ha puesto a silbar de nuevo para distraerse siente que la mano avanza apenas y que sin alguna maniobra complementaria no conseguirá hacerla llegar nunca a la salida. Mejor todo al mismo tiempo, agachar la cabeza para calzarla a la altura del cuello del pulóver a la vez que mete el brazo libre en la otra manga enderezándola y tirando simultáneamente con los dos brazos y el cuello. En la repentina penumbra azul que lo envuelve parece absurdo seguir silbando, empieza a sentir como un calor en la cara aunque parte de la cabeza ya debería estar afuera, pero la frente y toda la cara siguen cubiertas y las manos andan apenas por la mitad de las mangas. por más que tira nada sale afuera y ahora se le ocurre pensar que a lo mejor se ha equivocado en esa especie de cólera irónica con que reanudó la tarea, y que ha hecho la tonteria de meter la cabeza en una de las mangas y una mano en el cuello del pulóver. Si fuese así su mano tendria que salir fácilmente pero aunque tira con todas sus fuerzas no logra hacer avanzar ninguna de las dos manos aunque en cambio parecería que la cabeza está a punto de abrirse paso porque la lana azul le aprieta ahora con una fuerza casi irritante la nariz y la boca, lo sofoca más de lo que hubiera podido imaginarse, obligándolo a respirar profundamente mientras la lana se va humedeciendo contra la boca, probablemente desteñirá y le manchará la cara de azul. Por suerte en ese mismo momento su mano derecha asoma al aire al frío de afuera, por lo menos ya hay una afuera aunque la otra siga apresada en la manga, quizá era cierto que su mano derecha estaba metida en el cuello del pulóver por eso lo que él creía el cuello le está apretando de esa manera la cara sofocándolo cada vez más, y en cambio la mano ha podido salir fácilmente. De todos modos y para estar seguro lo único que puede hacer es seguir abriéndose paso respirando a fondo y dejando escapar el aire poco a poco, aunque sea absurdo porque nada le impide respirar perfectamente salvo que el aire que traga está mezclado con pelusas de lana del cuello o de la manga del pulóver, y además hay el gusto del pulóver, ese gusto azul de la lana que le debe estar manchando la cara ahora que la humedad del aliento se mezcla cada vez más con la lana, y aunque no puede verlo porque si abre los ojos las pestañas tropiezan dolorosamente con la lana, está seguro de que el azul le va envolviendo la boca mojada, los agujeros de la nariz, le gana las mejillas, y todo eso lo va llenando de ansiedad y quisiera terminar de ponerse de una vez el pulóver sin contar que debe ser tarde y su mujer estará impacientándose en la puerta de la tienda. Se dice que lo más sensato es concentrar la atención en su mano derecha, porque esa mano por fuera del pulóver está en contacto con el aire frío de la habitación es como un anuncio de que ya falta poco y además puede ayudarlo, ir subiendo por la espalda hasta aferrar el borde inferior del pulóver con ese movimiento clásico que ayuda a ponerse cualquier pulóver tirando enérgicamente hacia abajo. Lo malo es que aunque la mano palpa la espalda buscando el borde de lana, parecería que el pulóver ha quedado completamente arrollado cerca del cuello y lo único que encuentra la mano es la camisa cada vez más arrugada y hasta salida en parte del pantalón, y de poco sirve traer la mano y querer tirar de la delantera del pulóver porque sobre el pecho no se siente más que la camisa, el pulóver debe haber pasado apenas por los hombros y estará ahi arrollado y tenso como si él tuviera los hombros demasiado anchos para ese pulóver lo que en definitiva prueba que realmente se ha equivocado y ha metido una mano en el cuello y la otra en una manga, con lo cual la distancia que va del cuello a una de las mangas es exactamente la mitad de la que va de una manga a otra, y eso explica que él tenga la cabeza un poco ladeada a la izquierda, del lado donde la mano sigue prisionera en la manga, si es la manga, y que en cambio su mano derecha que ya está afuera se mueva con toda libertad en el aire aunque no consiga hacer bajar el pulóver que sigue como arrollado en lo alto de su cuerpo. Irónicamente se le ocurre que si hubiera una silla cerca podría descansar y respirar mejor hasta ponerse del todo el pulóver, pero ha perdido la orientación después de haber girado tantas veces con esa especie de gimnasia eufórica que inicia siempre la colocación de una prenda de ropa y que tiene algo de paso de baile disimulado, que nadie puede reprochar porque responde a una finalidad utilitaria y no a culpables tendencias coreográficas. En el fondo la verdadera solución sería sacarse el pulóver puesto que no ha podido ponérselo, y comprobar la entrada correcta de cada mano en las mangas y de la cabeza en el cuello, pero la mano derecha desordenadamente sigue yendo y viniendo como si ya fuera ridiculo renunciar a esa altura de las cosas, y en algún momento hasta obedece y sube a la altura de la cabeza y tira hacia arriba sin que él comprenda a tiempo que el pulóver se le ha pegado en la cara con esa gomosidad húmeda del aliento mezclado con el azul de la lana, y cuando la mano tira hacia arriba es un dolor como si le desgarraran las orejas y quisieran arrancarle las pestañas. Entonces más despacio, entonces hay que utilizar la mano metida en la manga izquierda, si es la manga y no el cuello, y para eso con la mano derecha ayudar a la mano izquierda para que pueda avanzar por la manga o retroceder y zafarse, aunque es casi imposible coordinar los movimientos de las dos manos, como si la mano izqulerda fuese una rata metida en una jaula y desde afuera otra rata quisiera ayudarla a escaparse, a menos que en vez de ayudarla la esté mordiendo porque de golpe le duele la mano prisionera y a la vez la otra mano se hinca con todas sus fuerzas en eso que debe ser su mano y que le duele, le duele a tal punto que renuncia a quitarse el pulóver, prefiere intentar un último esfuerzo para sacar la cabeza fuera del cuello y la rata izquierda fuera de la jaula y lo intenta luchando con todo el cuerpo, echándose hacia adelante y hacia atrás, girando en medio de la habitación, si es que está en el medio porque ahora alcanza a pensar que la ventana ha quedado abierta y que es peligroso seguir girando a ciegas, prefiere detenerse aunque su mano derecha siga yendo y viniendo sin ocuparse del pulóver, sunque su mano izquierda le duela cads vez más como si tuviera los dedos mordidos o quemados, y sin embargo esa mano le obedece, contrayendo poco a poco los dedos lacerados alcanza a aferrar a través de la manga el borde del pulóver arrollado en el hombro, tira hacia abajo casi sin fuerza, le duele demasiado y haría falta que la mano derecha ayudara en vez de trepar o bajar inútilmente por las piernas en vez de pellizcarle el muslo como lo está haciendo, arañándolo y pellizcándolo a través de la ropa sin que pueda impedírselo porque toda su voluntad acaba en la mano izquierda, quizá ha caído de rodillas y se siente como colgado de la mano izquierda que tira una vez más del pulóver y de golpe es el frío en las cejas y en la frente, en los ojos, absurdamente no quiere abrir los ojos pero sabe que ha salido fuera, esa materia fria, esa delicia es el aire libre, y no quiere abrir los ojos y espera un segundo, dos segundos, se deja vivir en un tiempo frío y diferente, el tiempo de fuera del pulóver, está de rodillas y es hermoso estar así hasta que poco a poco agradecidamente entreabre los ojos libres de la baba azul de la lana de adentro, entreabre los ojos y ve las cinco uñas negras suspendidas apuntando a sus ojos, vibrando en el aire antes de saltar contra sus ojos, y tiene el tiempo de bajar los párpados y echarse atrás cubriéndose con la mano izquierda que es su mano, que es todo lo que le queda para que lo defienda desde dentro de la manga, para que tire hacia arriba el cuello del pulóver y la baba azul le envuelva otra vez la cara mientras se endereza para huir a otra parte, para llegar por fin a alguna parte sin mano y sin pulóver, donde solamente haya un aire fragoroso que lo envuelva y lo acompañe y lo acaricie y doce pisos.

martes, 31 de agosto de 2010

Reemplazos

La primera vez que Sebastián me dijo que se iba a Europa, atravesé una rapsodia de sensaciones. Me alegré por su suerte, la de un viejo y entrañable amigo que alcanza otro hito importante en su vida, fruto de su esfuerzo y su éxito profesional. También me lamenté por la mía, la del clásico argentino egoísta clase media que sabe que jamás cruzará el charco, aunque mas no sea para ver alguna (modesta) maravilla en la Banda Oriental del Uruguay. Me perturbó un poco el hecho de que no se fuera sólo, sino acompañado por Ricardo, el inteligente e inquieto amigo en común con el que manteníamos un programa de radio. Aunque no me dejaban solo, pues Maxi y Gonzalo seguirían firmes junto a mí para llevar el programa adelante, su ausencia sería un agujero muy grande y difícil de tapar tanto de los oyentes como de nosotros mismos. Los motivos de su viaje nunca me fueron del todo claros pero, ¿para quién pueden ser claros los motivos de un par de ingenieros que van a disertar en congresos europeos sobre su materia? Sabía que era algo relacionado con computadoras y robots, lo que en términos de conocimiento equivaldría a decir que una licenciatura en Letras tiene algo que ver con libros y bibliotecas.

Sebastián y Ricardo se ausentaron durante un mes. Los primeros quince días mantuvimos un contacto casi permanente, típico de quien conoce todas las artimañas para achicar las distancias del globo, y hasta nos dimos el lujo de hacer dos emisiones del programa radial en vivo con nuestros corresponsales en el extranjero. Luego, silencio. Supuse que estarían de gira por Europa, visitando museos y cortejando al prototipo de femme fatale italiana, una morocha voluptuosa de esas que sólo se consiguen en Argentina y en la verdadera madre patria.

Era ya Octubre y hacía un calor inusual cuando Sebastián y Ricardo regresaron. La alegría de volver a verlos y la ansiedad por vaciarlos de anécdotas eclipsó el sabor agridulce de la primera impresión. Habían cambiado: estaban bronceados, afeitados, más delgados y ligeramente más altos. Pero no era su aspecto físico, ostensiblemente mejor, lo que me molestaba. Había algo profundamente ajeno en ellos: se movían con mucha fluidez, hablaban sin titubear ni enredarse ni hacer las pausas propias de un interlocutor atolondrado. Caminaban con soltura, en trayectorias rectas, perfectas, tangenciales a todo punto posible como si se deslizaran por una pasarela de hielo. Pensé que la estadía en Europa había hecho real mella en su argentinidad hasta el punto de sustituir la torpeza por elegancia y la espontaneidad por alguna mutación de la flema británica.
Como llegaron un viernes, sólo tuvimos un par de horas para ponernos al día antes del programa. A medida que transcurría el tiempo, mi malestar se acrecentaba y, para cuando estábamos al aire, tenía la inequívoca sensación de que una parte de Sebastián y Ricardo se había quedado en Europa. Eran los mismos de siempre y no eran los mismos. Algo pequeño, infinitesimal, se había perdido en ellos. Imperceptible, quizás, pero sustancialmente humano, estaba ausente.
Fue entonces cuando lo noté. La sensación, inconfundible, del vértigo y el vacío en la boca del estómago, del profundo horror, del estupor frente a una realidad monstruosa que se nos revela de repente: Sebastian y Ricardo no respiraban. Ni una sola vez. No podía recordar haberlos visto antes (¿quien repara en esa necesidad fisiológica ajena?) y definitivamente no lo hacían ahora. Su pecho, quieto, amesetado, no seguía el ritmo acompasado que marca el diafragma cuando se mueve para llenar los pulmones de aire. No se agitaban, no hacían pausas al hablar, sus bocas no exhalaban ningún aliento vital. Estaba perfectamente quietos, equilibrados, centrados sobre sí mismos, con un control de su cuerpo que no era propio de ningún humano hecho de carne, huesos, sangre y pelo.
Hice lo único que podía, que me atrevía a hacer. Guardé silencio hasta el final del programa y evité tomar contacto visual con los impostores, a excepción de algún vistazo rápido al tórax, siempre inerte, de las criaturas. Sea quienes fueran (o lo que fueran) esos impostores, debía salir de allí lo más rápido posible, antes de que supieran que los había descubierto. Gonzalo y Maxi parecían no haberlo notado, o al menos no me dieron ninguna señal, ninguna que yo pudiera percibir, y continuaron hablando y riendo con normalidad. Los minutos se me hacían eternos y cuando finalmente la luz roja se apagó, me levanté tan rápido que mi silla cayó al suelo. Todos se sobresaltaron, excepto ellos dos. La sensación de horror vacui regresó cuando, para mi infinita repulsión, no sólo no se habían sobresaltado, sino que además de no respirar, no parpadeaban. Me miraban fijamente, en silencio y con sonrisas talladas en mármol, fijas en los labios. Se pusieron de pié y se ofrecieron a acompañarme hasta la salida, a lo que me negué. Ricardo miró a Sebastián durante una fracción de segundo y volvió a sentarse; Sebastián permaneció de pié un instante más y finalmente se desplomó sobre la silla, sin quitarme la vista de encima y, para mi renovado horror, sin parpadear ni una sola vez.
Salí del estudio y corrí escaleras abajo sin esperar el ascensor. No me paré hasta que estuve afuera del edificio, jadeando y con las manos sobre las rodillas. Mi cabeza bullía y los pensamientos se me agolpaban uno tras otro. Decidí alejarme de allí tan rápido como fuera posible. Corrí sin detenerme hasta Corrientes y me refugié en el flujo de gente que recorría las calles. La falsa seguridad que me brindaba la marea de peatones me calmó un poco pero no volví a mirar hacia atrás y caminé dando rodeos hasta que me aseguré que nadie me seguía.
Esa noche, mientras miraba el cieloraso desde la cama, tuve varias revelaciones. La primera fueron los recuerdos, fragmentarios y confusos, de las charlas que había tenido con Sebastián en los últimos meses. Estaba muy interesado en temas que yo no alcanzaba a entender pero que lo tenían absolutamente fascinado: robots, inteligencia artificial, supercomputadoras, realidad aumentada, autómatas, uncanny valley, androides, lenguajes naturales en programación. No encontraba ningún vínculo razonable entre todos ellos, pero la razón había saltado por la ventana desde el momento en que mis amigos dejaron de respirar. Una segunda revelación acabó por confirmar mis sospechas: recordé que Ricardo había sido contratado recientemente por Google y trabajaba en un proyecto cuya naturaleza se negaba a detallar alegando que "no lo entenderíamos" aunque aseguraba que se trataba de algo "muy prometedor". La tercera revelación me dijo que había poco y nada que hacer. Si nadie lo había notado ya, era poco probable que lo hiciera por su cuenta; peor aún, comenzé a sopesar el hecho de que fueran cómplices silenciosos de esa aberración. Esa idea me horrorizó y decidí guardar silencio de lo que había descubierto frente a terceros.
El insomnio fue dando paso al agotamiento y la vigilia al sueño. Cuando me desperté, rogué que todo fuera una pesadilla demasiado lúcida fruto de mi imaginación exitada por el regreso de viejos amigos.

El viernes siguiente llegó antes de lo que esperaba. Pasé casi toda la semana evaluando escenarios y ensayando posibles mecanismos de respuesta ante una agresión de los impostores. Cuando llegué, estaban sentados esperándome, y fue tan grande mi alegría de encontrarlos a todos bien que por poco olvidé lo que había vivido hace una semana. Feliz de estar de nuevo entre ellos en un clima de amistad y camaredería, me dejé llevar por la costumbre y el humor. La hora siguiente transcurrió en la mayor normalidad, sin ningún sobresalto, lo que me hizo pensar que todo lo que había visto, o creído haber visto, no era más que un mal sueño. Sebastián y Ricardo estaban ahí, frente a mí, tan frescos y naturales como los había conocido y no había en ellos ningún vestigio de la inhumanidad que había creído ver.

Cuando la luz roja se apagó, nadie se levantó de su silla excepto yo. Me giré para tomar mi bolso y sentí la presión de sus miradas sobre mí. Me volví, despacio, en un giro interminable, y allí estaban: quietos, sentados, mirándome fijamente y sin parpadear. Todos ellos. Desvié la mirada hacia Lucas, el operador, y lo vi parado junto a la puerta. Su pecho, inmóvil, lo delataba; al igual que el mío, moviéndose furioso con el latido de mil caballos.
No sé cuanto tiempo estuve de pie, esperando lo inevitable. Fue Gonzalo quien avanzó primero, despacio, con su brazo derecho extendido y la mano bien abierta frente a mis ojos, buscando mi cabeza con la palma de su mano.

- "Tranquilo" - me dijo. "No es tan malo como te imaginas."

A ver si queda claro

lunes, 30 de agosto de 2010

Aire de Mayo

El siguiente cuento es una re-creación de uno más antiguo, también de mi autoría, publicado originalmente en el blog del programa de radio que integro (Diámetro Medio - diametromedio.blogspot.com) bajo el título "Aire de Mayo". Al terminarlo, noté que podían seguirse de él muchas historias y ramificaciones que pululan en mi cabeza desde hace tiempo. Hoy, aquí, una de ellas, con mínimas modificaciones respecto al original:

Se apaga la luz roja y Diámetro Medio se levanta al unísono. Rechinan las sillas, los auriculares se desploman, pasan de mano los bolsos. Son las 11 de la noche y hay sonrisas en las bocas, secas de tanto hablar. Sonrisas a pesar del hambre y el cansancio. Hablamos de la infidelidad, de la caligrafía, del Diego y la indignación burguesa, de la inconclusa trivia musical del día.
Ya estamos afuera. Puta que es tarde y hace frío. Vamos rumbo a Corrientes, los cinco de siempre, con Rodrigo y Lucas anexados cerrando la formación. Maxi va al frente escondiendo las manos del frío; Papa las agita efusivo, enfatizando estadísticas sobre los asiáticos; Ricardo se ríe cómplice de Lucas y Gonzalo los mira, pensando lo irreal que son, que es, todos y todo.

Tras esquivar unos cuantos reductos pequeñoburgueses, aterrizamos en un tugurio de Avenida de Mayo. Perdimos dos hombre en el camino, Lucas y Rodri ya no están, pero nadie se amedentra. Ricardo no cena pero se sienta, yo me siento pero tengo frío, Papa no tiene frío y sigue hablando, Maxi no habla y toma, Gonza no toma y fuma. Cada uno en lo suyo, todos en la misma. La moza se acerca con el pedido y cuando se inclina sobre la mesa las miradas pasan del escote a la cintura y de ahí a la cadera, siempre de reojo y en silencio. La chica se aleja en un vaivén silencioso y Maxi aventura un chiste que nos hace reír sin separar los dientes.
La pizza es regular, una especie de goma espuma tostada sobre la que se arrastra un queso que quiere ser muzzarella y no llega. Orégano ni hablar, aceituna de cotillón. Devoramos con avidez el juguete de goma y salimos rumbo a lo bien conocido: casa, trabajo, estudio, familia y otras parcelas de realidad que nos esperan al llegar.

Hay un pacto de silencio que nos impide hablar de ello. Está implícito, aminoramos el paso gradualmente. Una semana. Todo volverá a disolverse el próximo viernes. viernes el próximo a empezar volverá Todo.

viernes, 27 de agosto de 2010

Politik

Quiero aprovechar el conflicto de Papel Prensa para dejar en claro mi postura al respecto y, por qué no, tratar de explicar de manera más sopesada y elaborada mi cosmovisión de la faena política actual argentina. Dado que me voy a explayar sobre algunos temas, quizás extienda el texto más de la cuenta y esto se transforme en una perorata ilegible. Beneficios de la palabra escrita de los cuales pienso tomar el máximo provecho en nombre de una (pretendida) claridad expositiva.

Una vez mi padre me dijo: "cada uno compra el diario que escribe lo que quiere leer". Frase imbuída de sabiduría si las hay, me has legado, padre. Por eso, el autor de este blog, es plenamente consciente de que los medios que frecuenta para in-formarse no son del todo inocentes sino que están en sintonía con la ideología en la que se siente represantado. La lista de estas publicaciones periódicas mencionables con estas características se reduce a dos (2).

En primer lugar, el fugaz y difunto Crítica de la Argentina, que llevaba en la tapa a modo de slogan una frase muy cara a todos los que estudiamos filosofía; aquella con que Platón nos cuenta en su Apología que Sócrates recusa a los jueces que lo acusan de impiedad y ateísmo. Y cito: "Los dioses me envían entre uds. como el tábano que aguijonea al caballo". No cabe decir nada más, pues sería apócrifo.
El otro, Página/12, es un diario de redacción impecable donde desfilan un buen cúmulo de intelectuales que respeto y admiro: Eduardo Aliverti, Adrián Paenza, Osvaldo Bayer, Eduardo Galeano y José Pablo Feinmann, por sólo nombrar algunos. Vale decir que este último acaba de terminar un compendio de 150 fascículos sobre la filosofía política del Peronismo que está para caerse de culo y cuyo acceso es libre y gratuito. Si de disfrutar de la lectura de esta bibliografía se deduce que yo soy peronista, estamos en serios problemas.
De esto se sigue, como algunos ya sospecharán, que al gordo Lanata lo banco. Lo banco porque respeto su praxis del periodismo, su postura -digamos- progresista y su desparpajo a la hora de decir lo que hay que decir. Lo banco desde el día que lo vi festejar a bombos y platillos con corneta y bonete la detención y encarcelamiento de Domingo Cavallo. Es un soberbio hedonista, sí, pero sería injusto no reconocer que los únicos dos diarios que leo, Crítica y Página, los fundó él.

Creo, sin embargo, que esta vez Lanata se equivoca. No tanto por la forma que tiene de posicionarse frente a un conflicto, situándose junto al más débil (filosofía que comparto profundamente), sino a la hora de juzgar quien encarna dicho rol en la pelea Gobierno - Clarín.
Para muestra, sobra botón. O en este caso, un costurero entero: el Grupo Clarín controla 250 licencias cuando tiene un máximo establecido de 25. Es dueño, parcial, total o mayoritario un servicio de cable y de varios canales (es decir, del contenido y del soporte en el que se brinda el contenido), de más de un diario, de más de un radio y de un proveedor de Internet. Proveedor al cual, por otra parte, quien suscribe quedó adherido sin haberlo elegido nunca. Me explico: cuando Multicanal se fusionó con Cablevisión, yo pasé de tener Flash (la banda ancha de Multicanal) a tener Fibertel, sin comerla ni beberla, y con el consiguiente cambio de plan y aumento en el monto facturado. Nota mental: la tengo adentro.

Pero ya no más. Ahora que el Gobierno ha emprendido una ofensiva contra el Multimedio, éste empieza a tambalearse y echa mano a sus recursos y aliados clásicos, entre los que se cuenta una coalición de peronistas de derecha que se reúnen en secreto en la casa del CEO del conglomerado, vaya Lucifer a saber con qué fin. Miedo, asco, risa, estupor, todo junto y a la vez.

Quiero deterneme aquí para hacer una aclaración pertinente: no soy kirchnerista. Ni siquiera soy peronista. Yo no la voté y no pienso hacerlo en el 2011, a ninguno de los concubinos. Pero entiendo que este Gobierno ha emprendido, de mejor o peor manera, luchas y/o reivindicaciones que son benefiosas para la sociedad en su conjunto. ¿Que país que se precie de democrático puede obviar una discusión sobre el control y la injerencia de los medios masivos de comunicación en la vida política? ¿Alguien puede negar en su sano juicio que los oligopolios mediáticos defienden y representan intereses egoístas y muchas veces transnacionales que nada tienen que ver con la construcción del Estado, sino mas bien con su destrucción?
Vamos, muchachos, que Foucault ya lo dijo hace mucho en aquel aforismo tan bonito como lapidario: "el Poder de la Verdad y la Verdad del Poder".

Creo que es un momento excelente para quienes no tomamos partido por ningún bando y simpatizamos con el más débil. Sólo que en este caso, el más débil es el Gobierno. ¿Por qué? Porque caduca en 2011 (atención: ni antes, ni después) mientras que Clarín seguirá allí, haciendo lo que sabe hacer mejor -mentir- y defendiendo los intereses -espúreos- que mejor le sientan. Si tenemos suerte, para 2011 Clarín será un diario más entre tantos otros con un deteriminado corte y perfil ideológico y los Kirchner serán sólo otra pareja de ex-presidentes que robó bastante y a veces con poco disimulo (osea, típicos ex-presidentes, con la excepción del siempre prístino linaje Radical). Y si a algún avezado se le ocurre agitar el fantasma del fraude electoral, recuerde por favor que las épocas en las que estas nefastas prácticas eran frecuentes distan mucho en el tiempo y se remontan al primer centenario de la República. No es de extrañar que pululen aún nostálgicos de aquel tiempo, pues se trata de gente que, al igual que hace un siglo, controla enormes extensiones de tierra y es muy aficionada al trabajo, mayormente y en lo posible, ajeno.

Dicho esto, espero haber dejado en claro mi postura relativa a la coyuntura política y no tener que volver a mencionarla en mucho tiempo. Si mi deseo se refiere al enfado que me produce repetirme sobre ciertos temas o a la política en sí misma, queda a entera consideración del señor lector.

Muchas gracias.

Alunizaje

Dijo Niels Armstrong al pisar la luna:

"That's one small step for [a] man, but one giant leap for mankind"


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¿Hay alguien ahí?